Te amé como a una rosa; incluso al marchitarse, seguía siendo elegante.
Si debía arder contigo, aceptaba tus espinas por ver tu sonrisa.
Te amé como a una rosa; me acostumbré a tu aroma y abracé tu dolor.

No temí tus espinas ni tu silencio… porque te amé como a una rosa.
Te amé como a una rosa; aunque sangraran mis manos, nunca dejé de tocar tu belleza.
Tú fuiste la rosa que floreció en mis lágrimas, y el amor creció en mi dolor.

Te amé a pesar de tus espinas, porque tu belleza merecía cada herida.
Te amé como a una rosa; ni tu silencio ni tu caída me entristecieron.
No te amé como se ama una rosa; ardí por ti como se arde por una rosa.

Amar contigo fue como tocar una rosa: suave, punzante y real.
Fuiste una rosa en mi corazón; no causaste tormentas, pero tampoco pasaste en silencio.
Te amé como a una rosa; absorbí tu aroma y acepté tu dolor.

El amor no empezó con tu belleza, sino cuando enfrenté tus espinas.
Fuiste hermosa como cualquier rosa… pero yo te amé como se ama una herida.
Te amé como a una rosa; ni la distancia ni el tiempo pudieron marchitarme.
Lavé mis heridas con agua de rosa; porque todas eran obra tuya.
Te amé como a una rosa; incluso en los rincones donde nadie se atrevía a mirar.
Cubriste tu dolor con belleza… y yo te amé más justo allí.
Te amé como a una rosa; aunque mi corazón se marchitara, lo hice para que nunca más floreciera.
Hasta tus espinas se volvieron poesía para mí; basta con que tu nombre esté en ella.